top of page

Poemas de Czeslaw Milosz (Lituania-Polonia 1911-2004)

  • Fuente A media voz
  • 4 ago 2016
  • 14 Min. de lectura

Dedicatoria

Varsovia 1945 "Vosotros, a quienes no pude salvar, Escuchadme. Intentad entender estas simples palabras, ya que de otras me avergonzaría. Os juro que en ellas no hay hechicería. Os hablo en silencio como una nube, como un árbol. Aquello que me fortaleció a mí, para vosotros fue mortal. Confundisteis el adiós a una época, con el advenimiento de una nueva -Odio confabulado de belleza lírica. Fuerza ciega de forma completa. He aquí un valle polaco de ríos anémicos. Y un inmenso puente Perdiéndose en la niebla. He aquí una ciudad vencida, Y el viento arroja alaridos de gaviotas sobre vuestra tumba Mientras os hablo. ¿Qué clase de poesía es aquella que no salva Naciones o pueblos? Una conspiración de mentiras oficiales. Una tonadilla de borrachos cuyas gargantas serán cortadas de inmediato, Una conferencia para señoritas. He deseado la buena poesía sin saberlo, He descubierto, ya tarde, su saludable objetivo. En ella y sólo en ella, encuentro salvación. Se solía esparcir millo o alpiste sobre las tumbas Para alimentar a los muertos que volvían disfrazados de pájaros. Aquí os dejo este libro, vosotros quienes alguna vez vivisteis Para que nunca más volváis. " Versión de Rafael Díaz Borbón

El paisaje

El paisaje no necesitaba nada excepto glorificación. Excepto mensajeros reales que trajeran sus dones: Un nombre con un atributo y un verbo inflexivo. Si solamente preciosos robles copiosamente brillaran Cuando nuestros bravos estudiantes, en un camino sobre el valle, Pasean y cantan "La Oda a la Alegría ". Si al menos un solitario pastor grabara cartas en una corteza. El paisaje no necesitaba nada excepto glorificación. Pero no existían mensajeros. Matorrales, oscuras gargantas, Bosque colgando del bosque, pájaro de largo gemido. Y quién aquí podría iniciar una frase? El paisaje era, quien conoce, probablemente hermoso. Allá abajo, todo estaba derrumbándose: las salas del castillo, Las callejuelas detrás de la catedral, los bordellos, las tiendas. Y ni un alma. Por tanto, de dónde podrían venir mensajeros? Después de olvidados desastres, yo estaba heredado a la tierra, Abajo, a la playa del mar y, arriba, a la tierra, al sol. Versión de Rafael Díaz Borbón

Elegía para N. N. Si es demasiado lejos para ti, dilo. Habrías podido correr sobre las pequeñas olas del Báltico, atravesar el campo de Dinamarca, la floresta de hayas, virar hacia el océano, y ya está, cerca, el Labrador, blanco en esta estación del año. Tú, que soñabas una isla solitaria, si temes las ciudades, el parpadeo de los fuegos sobre las autorrutas, habrías podido tomar el camino de los bosques sordos, sobre torrentes revueltos y azules, y rastros del ciervo y del reno, hasta las Sierras, hasta las minas de oro abandonadas. El Río Sacramento te habría llevado entonces, por entre las colinas recubiertas de encinas espinosas. Todavía un bosque de eucaliptos, y estarás en mi casa. Es cierto, cuando la manzanita florece, y la bahía es azul en las mañanas de primavera, yo pienso a mi pesar en la casa entre lagos y en las redes recogidas bajo el cielo Lituano. La cabaña donde te despojabas de tu traje antes del baño se cambió para siempre en un cristal abstracto. Y en él está la oscura miel de la tarde, junto al balcón, y las pequeñas lechuzas, graciosas, y el olor de los arneses. Cómo podíamos vivir entonces, yo no puedo decirlo. Las costumbres, los trajes, vibran imprecisos, inconsistentes, tensos hacia el final. Es tal vez que pensábamos en las cosas tal como son? El saber de los años fogosos ha enrojecido los caballos ante la forja, y las pequeñas columnas en el mercado de la aldea, y los peldaños de madera y la peluca de Mamá Fliegeltaub. Mucho hemos aprendido, tú bien lo sabes: cómo nos es quitado, cosa por cosa, todo aquello que no podía ser, la gente, las comarcas. Y el corazón no muere cuando uno creyó que debería, pero sonreímos, el té y el pan sobre la mesa. Sólo el remordimiento de no haber amado como se debe esa pálida ceniza de Sachsenhausen con un amor absoluto, que no está a la medida del hombre. Tú te has acostumbrado a nuevos inviernos, húmedos, a la ciudad donde la sangre del propietario alemán fue raspada de los muros, y a donde él jamás regresó. Tampoco yo he llevado más de lo que podía, ciudades y país. No se puede entrar dos veces en el mismo lago, sobre hojas descompuestas de abedul, y quebrando una estrecha estría de sol. Tus faltas y las mías, no fueron grandes faltas, tus secretos y los míos, no eran grandes secretos. Cuando te anudan la mandíbula con un pañuelo, cuando te ponen una cruz entre los dedos, y a lo lejos un perro ladra, brilla una estrella. No, no es porque estés tan lejos que no has venido el otro día, la otra noche. De año en año madura en nosotros y nos invadirá, yo, como tú, lo he comprendido: la indiferencia. Berkeley, 1963 Versión de William Ospina

Encuentro Estuvimos paseando a través de los campos en un vagón al amanecer. Una herida rosa roja en la oscuridad. Y de pronto una liebre atravesó la carretera. Uno de nosotros la señaló con la mano. Eso fue hace tiempos. Hoy ninguno de ellos está vivo, Ni la liebre, ni el hombre que hizo el ademán. Oh, amor mío, dónde están ellos, a dónde han ido? El destello de una mano, la línea de un movimiento, el susurro de los guijarros. Pregunto no con tristeza, sino con asombro. Versión de Rafael Díaz Borbón

Eso Ojalá por fin pudiera decir qué está en mí. Gritar: gente, les mentí diciendo que eso no estaba en mí, cuando eso está ahí siempre, días y noches. Aunque gracias a eso supe describir sus ciudades inflamables, sus cortos amores y juegos desmembrándose en humus, aretes, espejos, el deslizar de un tirante, escenas de alcoba y de campos de batalla. Escribir fue para mí estrategia de protección, de borrar las huellas. Porque a la gente no puede gustarle aquél que alcanza lo prohibido. Llamo en mi ayuda a los ríos en los que nadé, lagos con puentecillos entre cedazos, valle en cuyo eco la canción duplica la luz del anochecer, y confieso que mis extáticos halagos a la existencia sólo pudieron ser entrenamientos de alto estilo, Pero abajo estaba eso, que no me atrevo nombrar. Eso se parece al pensamiento de alguien sin hogar, cuando atraviesa la ciudad ajena, congelada. Se asemeja al momento cuando un judío cercado ve aproximarse los pesados cascos de los gendarmes alemanes. Eso es cuando el hijo del rey se dirige a la ciudad y ve el mundo real: pobreza, enfermedad, vejez y muerte. Eso puede ser comparado con el inmóvil rostro de alguien que entendió que fue abandonado para siempre. O con las palabras del médico sobre la sentencia inevitable. Porque eso significa enfrentar un muro de piedra y entender que ese muro no cederá ante ninguna de nuestras súplicas. Versión de Agnieszka Kawecka

Estudio de la soledad Un guardián de conductos de larga-distancia en el desierto? Un equipo de un solo hombre para una fortaleza en la arena? Quienquiera que él fuera. Al alba vio las surcadas montañas El color de las cenizas, encima la fundida oscuridad, Saturada de violeta, irrumpiendo en un fluido carmín, Aún permanecerían, inmensos, en la luz naranja. Día tras día. Y, antes que lo notara, año tras año. Para quién, pensó, ese esplendor? Para mí, solitari0? Aún permanecerá aquí por mucho tiempo después que yo perezca. Qué es eso en el ojo de una lagartija? O cuándo fue visto por un pájaro migratorio? Y si yo soy toda la humanidad, existe ella a si misma sin mí? Y sabía que no se acostumbraba pregonarlo, por ninguno de ellos se salvaría. Versión de Rafael Díaz Borbón

Honesta descripción de mí mismo

Tomándome un whisky en un aeropuerto, digamos que en Mineápolis Mis oídos captan cada vez menos las conversaciones, mis ojos se debilitan, pero siguen siendo insaciables. Veo sus piernas en minifalda, en pantalones o envueltas en telas ligeras. A cada una la observo por separado, sus traseros y sus muslos, pensativo, arrullado por sueños porno. Viejo verde, ya sería tiempo de que te fueras a la tumba en lugar de entretenerte con juegos y diversiones de jóvenes. No es verdad, hago solamente lo que siempre he hecho, ordenando las escenas de esta tierra bajo el dictado de la imaginación erótica. No deseo a esas criaturas en particular, lo deseo todo, y ellas son como el signo de una relación extática. No es mi culpa que así estemos constituidos: la mitad de contemplación desinteresada y la mitad de apetito. Si después de morir me voy al cielo, tendrá que ser como aquí, sólo que liberado de estos torpes sentidos, de estos pesados huesos. Transformado en mirar puro, seguiré devorando las proporciones del cuerpo humano, el color de los lirios, esa calle parisina en un amanecer de junio, y toda la extraordinaria, inconcebible multiplicidad de las cosas visibles.

Versión de Gerardo Beltrán

Isla Piense como quiera acerca de esta isla, la blancura de su océano, grutas cubiertas de viñedos, violetas, manantiales. Estoy atemorizado, para poder recordarme difícilmente allá, en una de esas mediterráneas civilizaciones desde las cuales uno debe navegar lejos, a través de la lobreguez y el susurro de los icebergs. Aquí un dedo señala los campos en filas, los perales, una brida, la yunta de un cargador de agua, cada cosa encerrada en cristal y, entonces, yo creo que, sí, una vez viví allá, instruido en esas costumbres y maneras. Me acomodo el abrigo escuchando la marea cómo asciende, balanceo y lamento mis necios caminos, pero aún si hubiera sido sabio habría fracasado al cambiar mi destino. Lamento mis necedades entonces y más tarde y ahora, por lo cual mucho me gustaría ser perdonado.

Versión de Rafael Díaz Borbón

La caída La muerte de un hombre es como la caída de una poderosa nación Que tuvo valientes ejércitos, capitanes y profetas, Y ricos puertos y barcos en todos los mares, Pero ahora no socorrerá ninguna sitiada ciudad, No entrará en ninguna alianza, Porque sus ciudades están vacías, su población dispersa, Su tierra que una vez proveyó de cosechas está saturada de cardos, Su misión olvidada, su lengua perdida, El dialecto de un pueblo puesto sobre inaccesibles montañas. Versión de Rafael Díaz Borbón

Lecturas Usted me preguntó qué es lo bueno de leer El Evangelio en Griego. Yo respondo que eso es propio de nosotros mover nuestro dedo A lo largo de las letras que perduran más que esas grabadas en la piedra, Y que, despaciosamente pronunciando cada sílaba, Descubrimos la verdadera dignidad de la palabra. Compelido a ser obsequioso pensaremos esa época No es más distante que ayer, aunque las cabezas de los Césares En monedas sean diferentes hoy. Aún hasta esto es la misma eternidad. Miedo y deseo son lo mismo, aceite y vino Y pan significan lo mismo. Por tanto la misma veleidad de la multitud Ávida de milagros como en el pasado. Todavía costumbres, Fiestas de bodas, drogas, lamentaciones por la muerte Solamente parecen diferir. Por consiguiente, también, por ejemplo, Hubo muchos a quienes el texto llama Daimonizomenoi, esto es, los endemoniados O, si usted prefiere, lo diabólico (Lo de "los posesos" es el capricho de un diccionario). Convulsiones, espumarajos, rechinar de dientes No se consideraron signos de talento. lo diabólico no tuvo acceso a la impresión y a las pantallas, escasamente comprometidas en artes y literatura. Pero la Parábola Evangélica permanece con fuerza: que el espíritu dominándolos puede entrar en puercos, El cual, exasperado por semejante repentino choque Entre dos naturalezas, la de ellos y la de Lucifer, Salta dentro del agua y se ahoga (ocurre repetidamente). Y, así, en cada página, un persistente lector Va veinte centurias como veinte días En un mundo que un día vendrá a su fin.

Versión de Rafael Díaz Borbón

Madurez tardía Tarde, ya en el umbral de mis noventa años se abrió la puerta en mí y entré en la claridad de la mañana. Sentía cómo se alejaban de mí, como naves, una tras otra, mis existencias anteriores con sus congojas. Aparecían, otorgados a mi buril, países, ciudades, jardines, bahías, para que los describiera mejor que antaño. No vivía separado de la gente, el pesar y la piedad nos unieron y dije: olvidamos que todos somos hijos del Rey. Porque venimos de allí donde aún no hay división entre el Sí y el No, no hay división entre el es, el será y el ha sido. Somos infelices porque hacemos uso de menos de una centésima parte del don que habíamos recibido para nuestro largo viaje. Momentos de ayer y de hace siglos: un corte de espada, un maquillaje de pestañas delante de un espejo de metal bruñido, un disparo mortal de mosquete, una colisión de una carabela con un arrecife, se mezclan en nosotros y esperan su cumplimiento. Siempre he sabido que seré obrero en la viña, al igual que todos mis contemporáneos, conscientes de ello, o inconscientes. Versión de Elzbieta Bortkiewicz

No este camino Perdóname. Yo fui un intrigante como muchos de esos que se deslizan furtivamente por las humanas habitaciones de la noche. Yo calculé la posición de los guardias antes de arriesgarme a acercarme a las fronteras cerradas. Conociendo más, pretendí satisfacer menos, a diferencia de esos que dan testimonio. Indiferente al cañoneo, al clamor en la maleza y a la burla. Deja a los sabios y a los santos, pensé, trae un don a toda la Tierra, no meramente al lenguaje. Yo protejo mi buen nombre para que el lenguaje sea mi medida. Un bucólico, un lenguaje pueril que transforma lo sublime en cordial. Y el ritmo o el salmo de maestro de coros cae aparte, únicamente un cántico permanece. Mi voz siempre careció de plenitud, me gustaría dar una acción de gracias diferente. Y generosamente, sin la ironía que es la gloria de los esclavos. Más allá de siete fronteras, bajo la estrella de la mañana. En el lenguaje del fuego, del agua y de todos los elementos. Versión de Rafael Díaz Borbón

Noticias De la terrena civilización, qué diremos? Que fue un sistema de coloreadas esferas vaciadas en vasos ahumados, Donde un luminiscente hilo líquido se mantuvo envuelto y desenvuelto. O que fue una imponente colección de repentinos resplandores de palacios Destrozados a tiros desde una cúpula de macizas puertas Detrás de la cual anduvo un monstruo sin rostro. Que cada día se echaron las suertes, y que quienquiera que se arrastró bajo fue conducido hasta allá como sacrificio: ancianos, niños, muchachas y muchachos. O pudiera ser de otra manera: que vivimos en un vellocino de oro, en una red de arco-iris, en un capullo de nube, Suspendidos de la rama de un árbol galáctico. Y nuestra red fue tejida de materia de signos, Jeroglíficos para el ojo y el oído, amorosos anillos. Un sonido retumbado adentro, esculpiendo nuestro tiempo, El pestañeo, aleteo, gorjeo de nuestro lenguaje. Que nosotros pudimos tejer la frontera Entre dentro y sin, luz y abismo, Si no, desde nosotros mismos, desde nuestro propio cálido aliento, Y lápiz labial y gasa y muselina, Desde el latido del corazón cuyo silencio hace el mundo morir? O quizá, no diremos nada de la terrena civilización. Para que nadie realmente conozca lo que fue. Versión de Rafael Díaz Borbón

Nunca de ti, ciudad Nunca de ti, ciudad, he podido irme. Larga fue la milla, pero algo me retrocedía como a una pieza en el ajedrez. Huía yo por la tierra que rodaba cada vez más rápida Y siempre estuve ahí: con los libros en mi morral de lona, Clavando los ojos en las pardas colinas detrás de las torres de Santiago Donde se mueven un pequeño caballo y un hombre pequeño detrás del arado, Ciertísimamente desde hace mucho ya muertos. Sí, es verdad, nadie comprendió la sociedad ni la ciudad, Los cines Lux y Helios, los letreros de Halpern y Segal, El paseo en la calle de San Jorge, llamada de Mickiewicz. No, no los comprendió nadie. Nadie lo ha logrado. Pero cuando la vida transcurre en una sola esperanza: De algún día ya sólo quedan claridad y distinción, Entonces, muy a menudo, da pena. Versión de Jan Zynch

Río Wilia El río, que viene de los bosques, gira aquí. Es domingo, las campanas de las iglesias del pueblo repican. Las nubes se acumulan, se dispersan, y de nuevo el cielo es azul. A lo lejos, ellos, diminutos, corren a lo largo de la orilla. Prueban el agua, se sumergen, el río los lleva. En medio de la corriente sus cabezas, tres, cuatro, siete, echan una carrera, sus voces se llaman, y retornan como eco. Mi mano lo describe en tierra ajena. Quién sabe por qué lo hace. Quizá porque ocurrió tal y como lo recuerda.

Versión de Sergio Trigán

Tentación Bajo un cielo de estrellas estuve paseando, En una sucesión de ciudades desconocidas de neón, Con mi compañero, el espíritu de la desolación, Quien corriendo a mi alrededor y sermonizando Me dijo que yo no era necesario, por si no yo, entonces alguien más Estaría caminando aquí, tratando de comprender su edad. Si hubiera muerto hace tiempos, nada hubiera cambiado. Las mismas estrellas, ciudades y países Serían vistos con otros ojos El mundo y sus trabajos continuarían como de costumbre. Por el amor de Cristo, apártese de mi. Usted ya me ha atormentado suficiente, dije. No es a mi a quien corresponde juzgar el llamado de los hombres. Y mis méritos, si alguno existiere, no los conoceré de todas formas. Versión de Rafael Díaz Borbón

Un poema para final del siglo Cuando todo estaba bien Y el concepto de pecado había desaparecido Y la tierra estaba lista En paz universal Para consumir y disfrutar Sin dogmas y utopías, Yo, por razones desconocidas, Rodeado por los libros De profetas y teólogos, De filósofos, poetas, Buscaba una respuesta, Frunciendo el ceño, gesticulando, Caminando de noche, refunfuñando al amanecer. Lo que me oprimía en demasía Era un poco vergonzoso. Hablando de ello en voz alta No mostraría ni tacto ni prudencia. Podría incluso parecer un agravio En contra del bienestar de la humanidad. ¡Ay de mí!, mi memoria No quiere dejarme Y en ella, la vida comienza Cada una con su propio dolor, Cada una con su propio morir, Con su propia turbación. ¿Por qué entonces la inocencia En playas paradisíacas, Un cielo impoluto Sobre la iglesia de la higiene? ¿Será porque eso fue hace mucho? A un hombre santo -Así dice un cuento árabe- Dios le dijo con maldad: "He revelado a tu pueblo Cuán gran pecador eres, Ellos no te podrán alabar." "Y yo", contestó el devoto, "Les he descubierto a ellos Cuán misericordioso eres, Ellos no se preocuparán por ti." ¿A quién recurriría Con asunto tan oscuro De dolor y también de culpa En la estructura del mundo, Si ninguno aquí abajo O allá arriba en las alturas Puede abolir La causa y el efecto? No piensen, no recuerden La muerte en la cruz, Aunque cada día Él muera, El único, el siempre-amado, Aquél que sin necesidad alguna Consintió y permitió Existir a todo lo que es, Incluyendo las garras de tortura. Completamente enigmático Enredo imposible. Mejor dejar de hablar aquí. Este lenguaje no es para personas. Bendita sea la jubilación. Vendimias y cosechas. Aun si nadie Tiene la serenidad garantizada. Versión de Luis Ignacio Sáinz

Una frívola conversación -Mi pasado es un estúpido viaje de mariposa en ultramar Mi futuro es un jardín donde un cocinero corta el cuello de un gallo. Qué tengo, con toda mi pena y mi rebelión? -Tome un momento, uno exactamente, y cuando su fina concha, Dos palmas reunidas, despaciosamente se abre Qué ve usted? -Una perla, un segundo. -Dentro un segundo, una perla, en esa estrella salvada del tiempo, Qué ve usted cuando el viento de la mutabilidad cesa? -La tierra, el cielo y el mar, barcos ricamente cargados, Mañana de primavera llena de rocío y remotos principados. Maravillas desplegadas en tranquilo esplendor Yo miro y no deseo porque me encuentro plenamente satisfecho. Versión de Rafael Díaz Borbón

Una hora Hojas que brillan con el sol, celoso zumbido de abejorros, Desde lejos, desde algún lugar allá del río, ecos de prolongadas voces Y lentos sonidos de un martillo, me dieron la alegría no solamente a mí. Antes, los cinco sentidos, estaban abiertos y, más temprano que en cualquier comienzo, Esperaron, listos, por todos los que a sí mismos se llamaran mortales, Para que de este modo ellos pudieran alabar, como yo hago, vida, eso que es la felicidad.

Versión de Rafael Díaz Borbón

Una vida feliz Su antigua edad cayó en años de abundante cosecha. No había terremotos, sequías o inundaciones. Parecía como si el cambio de las estaciones ganara en constancia, Las estrellas crecían vigorosas y el sol aumentaba su poder. Aún en remotas providencias no se agitaba la guerra. Las generaciones crecían amistosas hacia el prójimo. La naturaleza racional del hombre no era un motivo de irrisión. Era amargo decir adiós a la tierra renovada. Estaba envidioso y avergonzado de su duda, Contento de que su lacerada memoria desaparecería con él Dos días después de su muerte un huracán arrasó las costas. Humo vino de los volcanes inactivos por un centenar años. La lava se extendió por los bosques, viñedos y poblados. Y la guerra comenzó con una batalla en las islas. Versión de Rafael Díaz Borbón

 
 
 

Commentaires


Donar con PayPal

Presentado también en

 ¿Te gusta lo que lees? Dona ahora y ayúdame a seguir elaborando noticias y análisis. 

© 2023 por "Lo Justo". Creado con Wix.com

bottom of page