El Poeta Entre Los Holocaustos por Ronald Bonilla
- Ronald Bonilla
- 13 sept 2017
- 8 Min. de lectura

EL POETA ENTRE LOS HOLOCAUSTOS
A propósito del libro La mosca en la cortina, de Pablo Narval
Ante tantos holocaustos que han asolado a la humanidad, nunca como ahora se han levantado tantas voces desde la conciencia y la búsqueda de una humanidad más unida, solidaria y hermanada. Quizá, y esto no es tan esperanzador, porque la comunicación en un mundo altamente tecnificado, nos mantiene más informados y podemos acceder a una mejor educación.
Pero quizá porque cada vez es mayor el precepto de que somos una sola humanidad, y que esta humanidad es parte de un planeta vivo, y que somos parte de la naturaleza, seres de toda índole que comparten con nosotros este planeta, y más allá, este universo. Aun así, siguen asolando a la humanidad guerras, injusticias, una migración obligada por la violencia y el hambre y un lugar de destino que no es favorable, más que para la discriminación y hasta para morir sin más arribo que a la playa de la desolación y el abandono.
La voz poética de Pablo Narval entre tantos holocaustos se levanta, clama, llora, protesta, se indigna, lanza sentencias de amor allí donde hay odio y apartheid, allí donde la muerte es un caballo de mil cabezas sobre nuestros hermanos. El hombre como lobo de sí mismo, aún no ha sido derrotado. Y quizá estemos, con esta expresión, insultando a los lobos.
El joven poeta, aún joven, siempre joven, Pablo Narval nos obsequió primero su talento expresivo con Cartas para inventarnos, publicado por la EUNED, donde el amor de pareja y la sensación de amor universal distienden su magia y su creatividad en las palabras. Luego, obtuvo el primer premio del certamen Lisímaco Chavarría con su poemario Aquí comienza el mundo, donde la voz poética amorosa toma relieves en la alegoría donde la ciudad y la mujer son el mismo puerto, y allí se ancla la necesidad de perpetuación y sed de mundo del yo lírico.
Ahora, LA MOSCA EN LA CORTINA, es un libro que viene a validarnos la voz de este poeta, fuerte, a veces descarnada, siempre llena de amor. Quizá una confirmación de que una juventud también prefiere el canto al coloquio, muchas veces vano y decadente, prefiere la imagen contundente y la sentencia poética llena de certezas, que la nihilista prorrupción de incredulidad y vacío. Aquí Pablo recurre a muchas técnicas, pero siempre es vigoroso, no le importa que lo grandioso pueda ser referido como grandilocuente: la emoción de su mensaje lo sostiene como poeta siempre; no importa que al presentarse en público rescate elementos de la teatralidad propios de ese viejo arte de la declamación, a él qué le importa. Pablo Narval es lo que quiere ser, y no se le podrá acusar de tradicional si se lee en sus textos y se advierten sus recursos. La expresión de un yo lírico que muchas veces encarna a sus personajes desde su dolor, desde incluso su muerte. O el uso de la tercera persona con poemas más narrativos, pero siempre esencialistas. Y al final, el arribo a la poesía más personal, desde su propio holocausto y en el último poema, desde su renovado amor por la mujer, por la pareja, aquí representada por Helen.
La primera parte del poemario es HOLOCAUSTO JUDÍO, un poeta hispanoamericano se ha puesto en la piel del pueblo judío, por eso aquí, esta comunidad lo ha presentado y ha llevado su voz a reforzar sus corazones humanitarios. Hablo de compatriotas que han unido sus rasgos propios a los rasgos de esta idiosincrasia nuestra que también le pertenecen.
Las citas bíblícas preceden cada parte del libro y poemas como El salmo de 1941 reabren ese misticismo activo en el amor humano que proyecta el verdadero cristianismo. Se reafirman las preguntas retóricas: “¿Qué nos hará el olvido / en la sombra de una esquina? Y esa oración se confirma así: “Seremos agradecidos / si nos sacas del polvo que nos oscurece la boca”.
Y en el poema El niño Cantor de Chelmo se puede afirmar: “Al niño ya no le cabía la muerte en la garganta”. Eso es lo importante, que la metáfora emerge de una expresión vital, trascendente, que comunica lo inasible. Y apuntala la esperanza: “…y nos despertó la dignidad de ser pájaros para siempre”. El nosotros se asume como la voz de todos los que defendemos el amor contra la guerra. Y la solidaridad se manifiesta en la imagen: “Su corazón en cada canto era carne dura que lloraba”.
En el poema Estrella amarilla: “De repente ya no éramos personas / que miraban la piedra / o el estandarte sutil de la caricia”. La despersonalización del ser, la conversión en cosas que no tienen valor. La denuncia es clara, como también en el poema En el campo de concentración, donde la realidad está en oposición a todo lo sagrado que podemos concebir: “Ahora nada es sagrado / mi calle es una red donde agoniza el tormento de la sangre”. La primera persona es la identificación del poeta que ha asumido las otras vidas como propias. Y por eso dice: “Hoy / solo arrodillo el corazón”. Lo mismo sucede en El niño judío de Varsovia ”Pero yo soy el niño que les sobrevive”. O en El color de 1943 donde el poeta habla de mi barrio para relatar el genocidio y se apropia de la sinagoga que será incendiada con la gente adentro.
Ya ha delineado en esta primera parte el poeta su clamor, la estrategia es guiada por el corazón que de nuevo es símbolo de lo que somos en esencia y de que lo cardial es el regreso de los hijos al corazón del Padre, como es en esencia en el cristianismo, en el judaísmo y en las fuentes más profundas de las filosofías ancestrales. Hemos caído a la degradación, pero habremos de levantarnos.
La segunda parte del poemario va en la misma línea, habla de situaciones muy puntuales en la historia y en la actualidad. Son los otros holocaustos. Faltarán muchos otros, pero sirvan de ejemplo Hiroshima y Nagasaki, Siria, Bagdad o el simple regreso de un soldado a lo que podría ser su hogar, pero que ya nunca lo será. En esta Sinfonía para un soldado el lenguaje procaz deja de serlo porque nace de la necesidad de decir y no hay otras palabras: “El soldado sabe que nunca volverá completo a su casa”…”Su esposa ya no le llamará amor, / y no le mostrará jamás las manos y los labios, / y él se la cogerá / con toda la energía de soldado que regresa / a llenar un vacío que no se llena / con un cuerpo desnudo de mujer”. Esta expresión vulgar en medio de una emisión poética de alto vuelo logra el contraste, como el uso reiterado de la palabra mierda en este poema son parte de una imagen poética dramática y lúcida, no gratuitas formas de llamar la atención: “Porque eso es la guerra : / una boca que se abre / y resplandece todas sus mierdas al aire”.
Por eso las victorias en la guerra son la peor derrota de la humanidad: “Estados Unidos elevó su “victoria” / como si fuera un bebé recién nacido / besando las praderas de la luz”, dice en Treno a Hiroshima y Nagasaki.
Por eso en Al Oeste de Bagdad el yo lírico y el nosotros testimonian un sentido colectivo ante la tragedia. Dice por ejemplo: ” …he caminado encima de cuerpos sin sentido, / tal vez alguno de ellos / era algún hombre o una mujer / que quería tan solo escribir el mundo / en los bordes de una panadería”.
La imagen además reivindica al poeta, al escritor o a cualquier escribidor que quiere escribir el mundo, así en transitivo, pues en medio de la desolación da para entender también la maravilla de expresarse, en cualquier circunstancia. Así el poeta Narval, hijo de un obrero, nace para cantar el mundo, su mundo, no solo su dolor como lo hará en la tercera parte del libro, sino el de todos sus congéneres. No importa el suburbio en que viva, la ciudad que lo cicatrice, el valle, la montaña o la costa que lo envuelva, es un destino el que nace para significar ese mundo. Por eso en La casa del carpintero, un homenaje a Hölderlin, pregunta: ¿Qué es lo que me aconsejas / en esta parte oscura de la hierba / que arranco con mis manos…” Para luego contraponer esa lucidez mística a la cordura. Porque sí, tratándose de un libro contra la guerra y los genocidios, es también un poemario que se prodiga en un afán místico por develar la esencia de nuestra existencia.
Veamos en Esperando el regreso, el uso de la tercera persona narrativa para darnos esa trascendencia hacia el mensaje de completud humana: “El abuelo llega y toma entre sus brazos / a su nieto fallecido / en lo que queda de la vida / mientras el gato se queda solo y echado / esperando a que el niño / regrese a la silla”.
La tercera parte son poemas de MI HOLOCAUSTO, porque de alguna manera todos tenemos el nuestro, los nuestros, nuestras propias destrucciones interiores, el afuera contra el adentro, la destrucción o el amor, dijo Aleixandre, por eso el poemario culmina con un mensaje de alto lirismo en un poema de amor a la pareja, a la mujer, a nosotros mismos reflejados en la otredad, porque todos somos el mismo.
Este segmento se inicia con el poema que nos da el título a la unidad: LA MOSCA EN LA CORTINA. Y es aquí donde cobra sentido con mayor lucidez todo el trajinar de esta experiencia lírica, la vida resignificada en una mosca muerta que de pronto nos mira desde la ventana del aposento y esta paradoja alerta sobre el desafío del hombre, sobre el vuelo que buscamos, para parafrasear al poeta que hoy nos ocupa y nos reta.
No vamos a adelantar otros pormenores que de alguna manera se expresan sobre el propio holocausto del poeta, él sabe sugerir, y sabe decir entre líneas, metaforiza su propia existencia. Y se atreve a compartir la experiencia desde la amistad, que no es más que una forma pura del amor: “En ti había una luciérnaga cuidándome, / quitando la pequeña basurita / que me nublaba el llanto”, le habla al poeta y amigo Ronald Campos en un Cante Jondo que le dedica. Y se suceden esos poemas intimistas para develar el dolor y quizá restañarlo. En la vigilia y Pablo underground, donde la catarsis de la palabra, aunque asuma la forma de deglutir el alcohol como en el segundo caso, nos libera: “soy joven / y me quemo. /Soy fuego / derritiendo el vidrio de mi encuentro./ Glug. /Glug. /Glug. / Se acabó la vida”.
Por eso el poema La nube nos recuerda y remite al mensaje principal: “Estamos hechos de multitudes que nos solapan el corazón”. Y la Sinfonía para violín N° 1 nos lo confirma: “que aún hay ventanas, / que aún hay poetas”. O sea, ha prevalecido la esperanza y lo más positivo es que este paso amargo por los holocaustos regresa al amor, a ese encuentro con la otredad en la pareja: “ así me quieres / tan lleno de sudor”(Conversando una tarde con Helen). Y nuestra incompletud la podemos comprender como en El hombre de lastre donde se concluye “si en mí hay más escombros que jardín” O en el poema El nuevo Lázaro donde el poeta concluye diciendo: “Soy el Lázaro que apenas sostiene / unos cuantos soles, / unos cuantos hilos de incertidumbre”.
Bueno, entonces, la cuarta parte es el epílogo del libro, compuesto por un bello y sugerente poema breve que alude a la isla de Delfos y el poema de amor denominado como su vocativo HELEN, que culmina con la referencia al Romeo y Julieta, siempre inmortales por la pluma de Shakespeare: “…entre los escombros de mi ciudad / queda en pie una columna de bronce / con tu nombre y con el mío”.
Hemos dado la vuelta por estas nuevas peripecias, quizá trágicas, por las que el poeta Narval nos ha hecho transitar, para conminarnos a un dolor que nos libere y nos predisponga, como la buena poesía social, a la acción, en pro de la justicia, la paz, el amor y la solidaridad, y sobre todo nos conmine a la comprensión de que somos una sola humanidad, una sola vida la que debemos proteger.
Ronald Bonilla
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