La invicta soledad de Ronald Campos
- Pablo Narval
- 6 sept 2018
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Comentario sobre el libro “La invicta soledad” del poeta Ronald Campos.
Por Pablo Narval

“Dime. ¿Dónde terminas tú y comienzan mis ojos?” Desprenderse de la soledad es el trabajo de cada uno de nosotros todos los días, el último trabajo por el cual uno quiere despojarse de sí mismo y huir hacia otras latitudes, pero la soledad nos llama siempre para recordar por qué amamos. Con el epígrafe que inicia este comentario y que es del poema que le da nombre al libro “La invicta soledad”, abro diciendo que este poemario realmente me fascinó de principio a fin y vuelco mi mirada sobre el poeta Ronald Campos que nos trae un libro lleno de amor, desamor, huidas, recuerdos, despechos y deseos. El poeta nos sigue enfrentando al amor homosexual, un amor que han tachado de superficial y condenable en un mundo que los ha perseguido por siglos y han sido asesinados no solo por sus ideas sino por su condición homosexual.
Ronald Campos nos demuestra todo lo contrario con una libertad envidiable y menos con escondrijo, porque creo como muchos, que Ronald en cada libro pone de manifiesto que el homosexual es un ser sensible, místico, religioso y completamente humano que puede transformar también al mundo. En este libro nos lo vuelve a reafirmar. “La invicta soledad” nos da un preludio muy hermoso, una carta dirigida a su amado, casi diría que es una poética del porqué el poeta “es aquel quien mueve, desde la marginalidad su palabra para volverla eterna”. Y por qué no, para volver eterno al ser que amamos y ya no está con nosotros. Después de esta maravillosa carta nos encontramos con los primeros diez poemas dedicados al amado, así le dice el poeta a su amor, “amado mío” como San Juan de la Cruz en sus poemas místicos: “…adónde te escondiste amado y me dejaste con gemido” Tal vez esta expresión sanjuanista se manifiesta en todo el libro: el poeta queda con gemido del amado. En estos diez primeros lo recuerda, lo evoca: “Mi pecho que llega desde la edad / de la tierra más remota hasta tus brazos”. (Estratagema en tierra). Se inmiscuye en la otredad para poder decirle a su amor el Amor que aún siente. El poema “Quizá sobre los ángeles” en homenaje a Rafael Alberti, utiliza a este poeta como símbolo sensible de su interminable desprendimiento por el otro: “¡El otro que eligió su voz en la muchedumbre! / ¡El otro que ofreció su muerte, la luz debida! / ¡El otro que aceptó vencido / un pronombre / para transfigurar la noche.” Pero el amor aún en su entrega total, también habla amorosamente con dolor: “Besan los designios que dolerán al hombre besa la culpa nuestra de cada noche”. “Porque las piedras parecen haber alcanzado al tiempo, y, sin embargo, tú y yo apenas nos reconciliamos con la muerte” (La simple infinitud) El novio recuerda con dolor la extremaunción del amado que le hace en la ausencia, le entrega los óleos del olvido. No hay nada más terrible que saberse olvido, que para el otro solo somos invisibles sombras y muertes: “Varón sobre mi frente laborioso / tú no digas que yo vengo hasta ti / para subir y llamarte a la más / doble de las ausencias.” (La simple infinitud) El poeta también utiliza el erotismo como nostalgia, melancolía, para seguir palpando la vida del amor que ya no está, pero sigue en su imaginación: “Desnudándonos deparamos a la vida el magenta / ornitorrinco que aruñó la tarde” (Bestiario del dormitorio) Luego Ronald nos va mostrando los poemas dedicados a otros seres, esos que amorosamente jamás llenaron el campo del ausente y se va por los burdeles de la vida con su gemido, aunque estos otros le prodigan un cierto amor, él sabe que es solo pasajero, que ellos sólo son viajeros impronunciables, hombres para incrementar su existencia pero no su amor: “Tú invitándome a esconderme entre tus diecinueve años para buscar la felicidad que es imposible porque ella -sábelo- es la finalidad únicamente de los dioses” (Efebo al mediodía) “Solo te pido que me esperes, amigo, con la misma mano amante con que tocaste mi soledad, …” (La astucia del ruiseñor) Es cierto, tal vez, a todos nos ha pasado que nos desnudamos en otros brazos para olvidar y nos despotricamos en las manos de Eros, cantamos más fuerte y sensiblemente, pero el amor que decimos no es el mismo que nos abandonó, nos entregamos a algo físico y pasajero, pero aquí el poeta no puede resignarse a lo físico y pasajero porque “el poeta habla en el umbral del ser” dijo Bachelard, porque el poeta es “posibilidad de lo trascendente”. Por eso Ronald en este viaje doloroso que nos entrega en este poemario tiene altibajos en su condición humana y en medio del libro nos entrega unos encuentros amorosos que lo hacen palpitar en el más allá para descubrir el tendón irremediable de su sueño: “Su verga entre mi boca su beso entre mi cuello. Relincho sin caballos sobre la estepa loca” (Sodoma) “Yo que cambié la lejanía por el ansia, para que tú con tu saliva bordearas unánime la gacela escondida en tus pezones”. (Efebo al mediodía) Después de estas experiencias, el poeta ausente vuelve al final del poemario a evocar a aquel que le dio el sinfín de la soledad, el recuerdo supremo de ella y en su poema homenaje a Pedro Salinas vuelve a decir “…aún yo te amo” para resignarse al final y despedir a su amor con una maldición milagrosa: “Víctor / no habrá más voz / “a ti debida”. (Despecho y Discoteca). En estos últimos poemas del libro (los ocho últimos para ser exacto) el doliente poeta tira sus dagas y su dolor contra su amado: “Eres una muerte recién nacida.” / “…yo invadí con tu amor / a otros hombres.” (Deicida de ti mismo). Este verso ratifica las experiencias anteriores de las que hablé, en las que el poeta se entregó a olvidar en brazos de otros seres, con el amor aún latiendo en el amado. Y nos preguntamos el porqué de tal separación, tal vez algo tan efímero como la edad lo opacó, los separó y no se condicionó a la locura que construye al amor, como cuando Carlos Gardel el famoso tanguero a sus 40 años le dijo a su enamorada de 15 años cuando esta al ver la diferencia de edad le dijo que tenía quince y el cantante le respondió: “…yo no te pregunté por tu edad, sino por tu amor.” Ronald en el caso contrario es más joven que su amado y le dice como especie de reclamo: “Mi única soledad es la que quiso, amor, vestirte de inmensidad. ¡La que quiso e insistió malnacida en recordarte que yo no soy demasiado joven para acompañarte a la transparencia!” (Verbo de arcángel) “Tú me enseñaste, Víctor, el error de siempre amar y de siempre morir, ¡y estas son las edades de la muerte!” (Razón de amar) El último poema “Víctor…” como la “Canción desesperada” cierra todo esta soledad dolorosa que ha vivido el poeta en un tiempo de su vida solo que no dice: “Es la hora de partir ¡Oh abandonado!” sino que parte junto con él su amor y recordándole a él lo que es ahora: “Y sin embargo, / tú vas por la mañana / con tus tantas costuras / de transparencia en sombra” Y al final del poema el poeta nos enseña que para que la soledad exista se necesita prescindiblemente del amado: “Víctor… / Tú ya me eres prescindible / para toda esta soledad.” Así la soledad queda invicta siempre, nunca será derrotada y Ronald Campos nos demuestra una vez más como tanto el amor homosexual como el heterosexual deja la misma herida, porque el Amor es una sola carne en los seres que les abren sus alas y que deja el mismo vacío cuando es verdadero, tierno y vivencial, cuando realmente su Verdad es besada ya sea entre dos hombres, dos mujeres, un hombre y una mujer que le den la oportunidad de existir. Pero cuando dejamos entrar lo efímero la soledad empieza a punzar ese amor y podremos decir: “Ahora / tú solo eres del tamaño de tu propia ausencia” (Deicida de ti mismo) En este poemario como lo dice en su contratapa nos muestra el mundo de las parejas homosexuales que son capaces también de amar profundamente y nos enseña Ronald Campos a desmitificar que la soledad es aburrida. Y termino diciendo: Soledad, semper fidelis.
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